Cazadora cazada
—Cuanto más me distraigas, más tardaré.
Estaba completamente acostumbrada a la oscuridad que le rodeaba, pero bajo presión notaba como las pequeñas letras azules de sus pantallas se difuminaban y apagaban en su visión periférica. Gruñó, colocándose de nuevo las gafas, y tecleando más deprisa.
Los rastreadores de Raoul —que ella le había dejado como regalito en su primer apretón de manos— le ubicaban en su mansión a las afueras de la ciudad. Sus hombres de confianza se repartían como un estallido de puntos, en sectores muy alejados al apartamento de Jen. Y ninguno parecía rondar la figura intermitente y roja de Nicci, que parpadeaba en el centro de su pantalla, mientras seguía aporreando su puerta. Ya veía cuan importante era no tirar por tierra su tapadera.
Saltó de la silla, sorteó las baterías desmontadas del suelo, a su gato Coloso y dos torsos de robot a medio arreglar, y cruzó el saloncito a zancadas hasta llegar a la puerta principal. Tal vez debería haber instalado un método más sencillo de abrir su puerta principal, que no fuera resolviendo todas las peticiones de seguridad. Sobre todo teniendo en cuenta el asunto que tenía entre manos desde hacía unos meses. Pero no era el momento de lamentarse por errores pasados, maldiciendo por lo bajo al equivocarse con una de las tres claves.
—Lo haces aposta, no mientas.
Nicci esperaba apoyada en el marco de la puerta, sin haber perdido un ápice de su fanfarronería habitual, incluso tan herida como se encontraba. Los sensores de Jen marcaron dos mordiscos de gran tamaño en hombro y cuello, y una cuchillada en el abdomen, así como multitud de golpes en los que la sangre empezaba a acumularse. Pero su sonrisa ladina seguía en sus labios maquillados de azul noche, que Jen no pudo sino quedarse mirando, notando un cosquilleo en el estómago.
La invitada se dio por bienvenida, dando un empujón a la cazadora y accediendo al apartamento. Había algo en aquel pequeño piso que le resultaba familiar; tal vez de la época en la que aún era humana. La madera oscura y labrada, los cuadros ostentosos de retratos familiares y escenas de caza, los cortinajes que cubrían los ventanales. Nada diría que ahí se escondía una de las cazadoras de vampyr más sanguinarias de todo el Nucleo. Pero ahí estaba, mirándola con cara de malas pulgas, como siempre.
—¿En qué mierdas te has metido para acabar así? ¿No dijimos que mantendrías un perfil bajo?
—Madre mía, Jen. Pensé que al mudarte aquí habrías hecho algún tipo de… reforma —Nicci pasó sus afilados dedos por los estantes de baratijas y antigüedades, limpiándose el polvo en los sofás—. ¿Es para mantener las apariencias? —los ojos de rubí de Nicci se posaron en una calavera, de prominentes colmillos y dentadura serrada, torciendo ligeramente su gesto—. ¿O para asustar a los vampyr con el ambiente de los cazadores?
Jen bufó y acortó la distancia entre ellas. La vampyr dejó la calavera sobre el estante polvoriento, volviendo su mirada hacia la cazadora. Cualquiera con semejante paliza en el cuerpo se encontraría exhausto, desvalido, pidiendo a gritos que le tumbaran en el lecho más cercano. Pero no era el caso de Nicci, ni de sus ojos feroces, que eran de los pocos que conseguían que Jen se sintiera una presa arrinconada. O tal vez no tenía nada que ver con sus habilidades sobrenaturales de vampyr.
—Un poco de todo. Supongo que estarás más cómoda en un ambiente menos… hostil.
La cazadora abrió las puertas corredizas de la habitación del fondo, dando paso a lo que Nicci confundió con un cuarto con servidores y otros aparatos electrónicos brillantes. Cuando la vista se acostumbraba, se dibujaban las formas de un dormitorio lleno de cables, luces y pequeñas pantallas por todas partes. La vampyr notó como era empujada hasta el sofá cama arrinconado en una esquina, sin parar hasta que consintió vencerse sobre el mismo, observando con curiosidad los movimientos de la humana, que se agachaba delante de ella.
—¿Tan en serio te has tomado nuestra pequeña farsa, cazadora?
Jen levantó la cabeza, aún hurgando bajo la cama para dar con su botiquín. No fue hasta ese momento que notó como toda la sangre le subía a las mejillas, y por la sonrisa triunfante de su invitada, sabía que incluso en aquella oscuridad lo podía percibir.
—Estoy buscando como curarte, idiota.
Nicci rió, venciéndose sobre el respaldo, y paseando la mirada por la decoración y los artefactos que la rodeaban. Los dedos de Jen lograron dar con el tacto metálico de su botiquín, sacándolo con un chirrido, y volviendo a mirar a la vampyr acomodada. Salvo que desde aquella posición, su mirada se quedaba clavada en sus piernas, que no parecían terminar nunca. Sacudió la cabeza, tirando el botiquín a un lado, y empujándola para que le dejara un sitio.
—Así que, la heredera de la familia Argent, el linaje más prospero en la caza de vampyrs, ahora se dedica a recoger a las criaturas de la noche y curarlas como si fueran cachorritos con la patita pocha. Tienes que reconocer que es muy tierno —Nicci calló abruptamente, aguantando un quejido, cuando la cazadora vació un líquido que no reconocía en su herida del hombro—. Cuidadito. O me pagas la camisa.
—Sí, cuando me digas por qué carajos has acabado así. ¿Te has metido en el Barrio del Cuarto Menguante? Parece que te has peleado con una picadora de carne.
—Raoul sabe hacer daño cuando quiere.
Jen, que aun buscaba un ungüento especial, dudando de si tendría algún efecto secundario para los no humanos, levantó la cabeza.
—¿Qué? ¿Te has ido a buscarle?
—Ya me conoces.
—No, cielo —Nicci arqueó una ceja ante aquel apelativo, observando como la cazadora trataba de maniobrar para examinar las heridas—. Creo que la mitad de nuestros problemas acabarían si te conociera de verdad.
—Bueno, eso tiene arreglo.
La cazadora mantuvo la mirada con la criatura, que mantenía su sonrisa divertida. Era como una constante invitación al lado oscuro. Las imágenes de aquellos blancos y afilados colmillos clavándose en su carne, de sus afiladas garras apretándose contra su piel, de respirar aquel perfume de jazmín que siempre llevaba e intoxicarse con él, eran inevitables cada vez que estaba cerca de Nicci. Bajo las luces azules y moradas de su habitación, ella refulgía como una diosa de la noche. Y cada vez le costaba más concentrarse en la tarea inicial, en el plan para arrancar del poder a Raoul, o en lo que diantres hiciera con su vida. Nicci conseguía que se olvidara hasta de quién era.
—Necesito que te retires la camisa.
—¿Ha funcionado? Pensé que os instruían para no sucumbir a los encantos de los vampyr.
—No, joder. Necesito poder ver hasta donde llegan las heridas para curarte.
—No aguantas una broma, ¿eh? Eso si que es clásico de los Argent.
Jen rió por lo bajo, satisfaciendo a Nicci. Era difícil sacarle una sonrisa o un gesto amable a la humana. Era comprensible con la situación que les rodeaba; ella formando parte de un grupo de vampyr organizados y liderados por el bastardo de Raoul. Jen, una cazadora de criaturas que ha prometido vengarse del líder de esa organización. Lo más lógico es que esas heridas se las hubieran hecho la una a la otra, siendo enemigos por naturaleza.
—Te encontraste con mi familia en el pasado, ¿no es así?
Nicci asintió, mientras seguía con la mirada los dedos de Jen, que desabrochaban con cuidado los botones de su camisa, como quien desarma una bomba.
—Sí. De hecho, tal vez hubiera continuado siendo humana, si no hubiera sido por ellos.
—Eso es raro.
—No tanto. Si los Argent no tenían una amenaza, la creaban. Yo trabajaba con ellos. Pero me cansé de sus tonterías cuando fueron de cabeza a por un vampyr que no había roto un plato en su vida. Al final, tuvo que convertirme para que pudiera ayudarle a defenderse de tus yayos.
La cazadora soltó una risita ante aquellas ultimas palabras, pero luego miró de nuevo al vampyr, con el pesar en su mirada.
—Lo siento.
—Son ellos quien tienen que disculparse. Tú no elegiste nacer en esa familia. Y tampoco te veo armada hasta los dientes cazando día y noche, ¿no?
—Bueno, puede ser.
Nicci notó como le temblaban las manos al retirar del todo la camisa; un temblor imperceptible a simple vista. Debió haber elegido otro color para ambientar su cuarto, porque los haces de luz violeta hacía que su rubor fuera aún más visible, brillando hasta las pecas que salpicaban su nariz y sus mejillas. El vampyr suspiró, retirando la mirada hacia el techo estrellado, notando como Jen empezaba a tomar velocidad para examinar y limpiar los mordiscos y los cortes de su torso.
Jen, por su lado, se sentía estúpida. Alguien con su sangre fría y su entrenamiento debería haber sido capaz de despachar a la criatura en apenas unos minutos. Pero le había llevado una eternidad solo retirar aquella pieza de ropa y ponerse a trabajar, ensimismada en la visión que se descubría ante sus ojos. Era como si Nicci hubiera sido cincelada por el mejor escultor de la Grecia clásica. Cada curva, cada pliegue de su piel, cada pequeño lunar que se ubicaba aquí y allá. Incluso manchado por la sangre, era bello, y no podía apartar la mirada de ella.
—Esto deberá acelerar el proceso de regeneración —habló con un hilo de voz, notándose nerviosa—. Si hubieras sido un vampyr primigenio, no habría hecho falta botiquín ni nada, tu cuerpo te habría curado en un momento.
—¿Y perderme esto?
El vampyr volvió a mirar a Jen, pronunciándose su sonrisa al notar como sus hombros se sacudían en un escalofrío.
—Uy sí, olvidaba lo irónico y maravilloso que es que te cure una cazadora —replicó Jen, tratando de defenderse contra la mirada de Nicci.
—No me refería a la ironía de la situación, precisamente.
La cazadora la miró sin comprender, notando como Nicci cada vez estaba más cerca de su rostro. Su mente trataba de concentrarse en regular su respiración, pero Jen solo podía pensar en el perfume de jazmines que tragaba con cada bocanada de aire.
—No hay nadie mirando, Nicci —pronunció Jen, temiendo que aquello pudiera romper el momento.
—Mejor, ¿no?
Concentrada en los labios de Nicci, en las puntas de sus colmillos tras ellos, en los ojos carmesí que le miraban, tan cerca que eran hasta borrosos, no vio como la mano del vampyr subía por su brazo, arrastrando sus afiladas uñas por su piel, sin dañar, sin hundirse. Su mano llegó hasta su mejilla, acariciando sus pómulos, notando como los indicadores de sus gafas empezaban a saturarse en letras naranjas. La criatura las cogió, tirando de ellas y dejándolas caer contra el sofá. Sin ellas, Jen podía concentrarse por completo en lo hermosa que era Nicci, sin información adicional, sin avisos por la naturaleza de vampyr a su alrededor.
—¿Estás segura de que quieres que esto pase? —susurró Jen, tan cerca de su boca que casi podía mancharse con su pintalabios.
—Si quieres, puedo demostrártelo.
Ni siquiera en un momento como aquel podía dejar a un lado su socarronería, algo que habría hecho bufar a Jen si no se hubiera encontrado con los labios de Nicci sobre los suyos, con sus manos cubriendo sus mejillas, con toda ella tirando de la humana para prolongar aquel beso. Tanto, como para vencer a Nicci contra su espalda, y a Jen tratando de esquivar sus heridas para conseguir apoyarse.
Se separaron, notando Jen que le faltaba el aire, y escuchando la risa de Nicci saliendo de su garganta. Ahora ella también tenía color en sus mejillas, algo que no habría pasado de ser un vampyr primigenio. Pero quedaban lejos las nociones sobre biología y los estudios de las criaturas, apresurándose a unir de nuevo sus bocas, empujando su cabeza con ansia.
Las manos de Nicci bajaron para sostenerla sobre ella, notando como se colaban bajo su camiseta, como empezaba a sentir sus afiladas garras en su espalda. Los voraces besos de la criatura, que se habían desviado de su boca tras destrozarla a mordiscos, y habían avanzado hasta su cuello, donde empezaba a sentir los pinchazos de dolor y el calor manchando su piel. Nicci no tardaba en detener el sangrado que ella misma provocaba, notando como Jen se derretía por completo cada vez que su lengua rozaba la piel herida de la cazadora.
Las imágenes que siempre aparecían en su mente, volvieron. Jen buscó la mirada de Nicci, notándola tan excitada como la propia, y con aquella neblina que le invitaba a actuar, y alejaba cualquier tipo de análisis de un momento como aquel. La criatura tiró el botiquín al suelo, ayudando a acomodarse a la humana entre sus piernas, sin despegar los ojos de los suyos. Su afilada mano acarició los labios de Jen, con un cuidado impropio para el vampyr. Había rojo por todas partes; en los ojos de Nicci, en las comisuras de sus labios, en la punta de sus uñas. Había dolor, entremezclado con las sensaciones de placer y de peligro. Y había algo que le impedía separarse ni un centímetro de Nicci.
Volvió a besarla, apretándose todo lo que podía contra su invitada, notando como esta le aferraba por la espalda, tironeando de su camiseta para quitársela.
—Después de esto, te van a retirar el carné de cazadora.
—Venga ya, cállate.
Ambas rieron, mezcla de la excitación y los nervios, antes de acallar las risas con más besos y mordiscos.
Ambas sabían lo que estaban arriesgando, todo lo que estaba en juego.
Y ambas sabían que necesitaban un momento de calma. Una tregua que dejara a un lado cualquier batalla, cualquier bando, cualquier caza de criaturas.
Que se merecían dejar de combatir, aunque solo fuera por una noche.
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